Transfusiones ¿qué riesgos entrañan? ¿cuándo son necesarias?

¿Qué es una transfusión?

La transfusión es un procedimiento terapéutico consistente en la inyección intravenosa a una persona de una cantidad considerable de sangre procedente de un donante. Para que esto pueda realizarse con la debida eficacia y seguridad es muy importante observar una serie de procedimientos clínicos y de laboratorio, desde el momento en que la sangre es obtenida del donante hasta que es inyectada al receptor, que garanticen el máximo beneficio terapéutico y el mínimo riesgo posibles.

La transfusión hoy día es un procedimiento extremadamente seguro y el riesgo de contagio, virtualmente nulo.

La donación

El solidario gesto que supone donar una parte pequeña de nuestra sangre (que constituye no más del 10% de la sangre total de nuestro organismo) para beneficiar a quienes la necesitan sigue siendo necesario hoy día mientras no sea posible sustituir este preciado tejido del organismo.

Cuando una persona decide donar su sangre debe dirigirse a un banco de sangre de un hospital o a una unidad móvil captadora de donaciones en la calle. Allí será informado del perfil básico que debe tener un donante adecuado, será reconocido médicamente y se le preguntará sobre si reúne unas condiciones fundamentales, o si por el contrario posee algún rasgo que haga desaconsejable la donación. Se le pedirá con ello que rellene un formulario en donde se pasa revista a las condiciones y requisitos. Esta primera fase es necesaria para excluir a las personas que puedan albergar dudas razonables acerca de su idoneidad como donantes.

Las condiciones idóneas del donante están reguladas por ley en todos los países. En España se pueden resumir los criterios básicos que inspiran la normativa de acuerdo a los siguientes apartados:

  • Persona mayor de 18 años y menor de 65, que acude por propia voluntad y que no ha donado sangre en los últimos 2 meses.
  • Con buen estado general y condiciones normales de salud (peso adecuado, tensión arterial y pulso cardiaco normales, sin fiebre, sin dolencias de causa no explicada, sin haber sido operada recientemente, sin estar sujeta a medicación con efectos secundarios patentes, etc.).
  • Libre de toda enfermedad transmisible o con riesgo de haberla adquirido en el último año (por convivencia con enfermo infeccioso, por haber recibido transfusiones en el ultimo año, por prácticas sexuales de riesgo, por proceder de zonas o países con endemias o epidemias, etc.).
  • Libre también de ciertas enfermedades no transmisibles (cardiopatías, hipertiroidismo, diabetes insulín-dependiente, cáncer, anemia, enfermedades de la coagulación, epilepsia, úlcera gastroduodenal, asma grave, alergia a medicamentos, etc.).
  • Libre del riesgo de estar bajo la influencia de sustancias tóxicas (adictos a drogas, personas en tratamiento con ciertos fármacos, etc.).

Cumpliendo con las condiciones adecuadas, la donación no supone ningún riesgo especial para nadie. El proceso de la donación no suele durar más allá de diez o quince minutos y la cantidad extraída ha de ser la que llena una bolsa de 450 cc. Si no se puede obtener esta cantidad, la donación es por lo común desechada.

Tras obtener la sangre se realiza un análisis a la misma que permite comprobar que el donante se halla sano y libre de enfermedades transmisibles. Esto se determina, por lo general, mediante pruebas serológicas que permitan detectar la presencia de anticuerpos frente a ciertos virus, bacterias y parásitos. Estos anticuerpos suelen aparecer al cabo de días o semanas en las personas que contraen una infección.

Cuando se llega a la conclusión segura de que la sangre donada no supone riesgos para cualquier posible receptor, se fracciona ésta en los diferentes componentes útiles para la transfusión: concentrado de glóbulos rojos (las células que trasportan el oxígeno), concentrado de plaquetas (las células que reparan los desperfectos en los vasos sanguíneos) y plasma (líquido de la sangre restante que contiene las seroproteínas), principalmente.

El fraccionamiento de la sangre se realiza porque así es posible su máximo aprovechamiento y un empleo más seguro. La sangre fraccionada se emplea también para obtener concentrados de factores de coagulación (proteínas que son indispensables para detener las hemorragias) y otros derivados (albúmina, inmunoglobulinas, glóbulos blancos, etc.)

¿Qué tipos de transfusiones existen?

Las transfusiones pueden ser de varios tipos dependiendo de la necesidad que presente el receptor en virtud de la enfermedad que padezca. La donación más común es la de concentrado de hematíes (los glóbulos rojos). Las enfermedades que pueden hacer imprescindible la transfusión de concentrados de hematíes son numerosas (hemorragia grave, leucemia aguda, anemia tras tratamientos de quimioterapia y radioterapia contra el cáncer, aplasia medular, cirugía mayor, síndrome mielodisplásico, anemia hemolítica, etc.), pero todas tienen como clave común la existencia de una anemia grave que no sea posible corregir por otro medio y que comprometa seriamente la función cardiocirculatoria y oxigenadora de la sangre en el organismo.

La anemia es la situación en que se produce escasez de hemoglobina, que es la proteína transportadora de oxígeno, presente en los glóbulos rojos. Si se produce anemia es siempre debido a que no hay en la sangre una cantidad suficiente de hemoglobina, lo que en general se corresponde con un número excesivamente bajo de glóbulos rojos, pero no siempre. Por ello la cifra clave del análisis de sangre de una persona que requiera una transfusión es el nivel de hemoglobina, que indica la capacidad total oxigenadora de su sangre. Cuando esta cifra es inferior a 9 g/dL suele ser necesario transfundir concentrados de hematíes, pero si el médico está convencido de que la hemoglobina podrá incrementarse en el paciente gracias a una previsible buena evolución de la enfermedad o por otros medios terapéuticos, puede decidir no hacerlo. La clave final de la decisión reside por encima de todo en el estado general del paciente y la reversibilidad o no de su anemia por otros medios.

El número de bolsas de concentrados de hematíes necesarias varía según cada caso, pero se debe decidir el volumen total justo que garantice la recuperación de un nivel de hemoglobina mínimo adecuado para remontar su mala situación, ni más ni menos.

La transfusión de plaquetas es otro tipo de transfusión necesaria para ciertos enfermos. Un concentrado de plaquetas se obtiene mediante la suma de las fracciones adecuadas procedentes de varias donaciones de sangre completa; por ello las plaquetas son un derivado de la sangre más preciado aún.

La obtención de concentrados de plaquetas no solo se realiza mediante la suma de las plaquetas de varias extracciones. También es posible conseguir concentrados de plaquetas mediante procedimientos de cito-aféresis. Esta técnica obtiene un concentrado de plaquetas de un único donante y se realiza extrayendo selectivamente un pequeño porcentaje de tales células de su sangre. Esto se consigue haciendo pasar la sangre de uno de los brazos del donante a una máquina que va retirando de la misma únicamente las plaquetas. Después, esta máquina devuelve la sangre restante al donante inyectándola en una vena del brazo contrario. El proceso no suele durar más de 2 horas y no conlleva riesgos dignos de mención en la inmensa mayoría de los donantes.

Las enfermedades que hacen precisa la donación de plaquetas son aquellas que producen un déficit grave de dichas células en la sangre y un riesgo incrementado de hemorragia por dicha causa (leucemia aguda, agravamiento de cuadro hemorrágico, cirugía de trasplante de hígado, aplasia medular, síndrome mielodisplásico, politransfusión de hematíes, etc.) La transfusión de plaquetas está indicada por lo general cuando la cifra en sangre desciende a menos de 50.000 plaquetas/mm3 y existe riesgo evidente de sangrado. Cuando el nivel desciende a menos de 10.000 plaquetas/mm3 el riesgo de sangrado es tan notable que la transfusión suele estar siempre indicada si no existen otros medios terapéuticos alternativos que consigan elevar de modo inmediato dicha cifra.

Otras posibles transfusiones son las de plasma fresco congelado o concentrados de factores, que suelen requerirse en casos en los que existen déficits parciales o globales de ciertas proteínas de la sangre, sobre todo factores de coagulación. La transfusión de glóbulos blancos es también posible para enfermos gravemente inmunodeprimidos, pero actualmente no se suele utilizar de modo habitual.

Hoy en día es muy inusual que se indiquen transfusiones de sangre completa porque no es frecuente que un enfermo requiera más de un derivado transfusional y porque no es médicamente aceptable el riesgo añadido y el desaprovechamiento indebido que puede comportar el aporte del resto de componentes sanguíneos no necesarios.

¿Qué riesgos entrañan las transfusiones?

La transfusión hoy día es un procedimiento extremadamente seguro. Ello se debe a que se cumplen unas estrictas medidas de seguridad que garantizan una cuidada selección de los donantes sanos adecuados, un esmerado fraccionamiento, procesamiento y conservación de los hemoderivados y una asignación de bolsas de transfusión totalmente segura para el receptor en términos de compatibilidad. Para llevar a cabo esta última fase del proceso es esencial que los concentrados a transfundir sean del mismo grupo sanguíneo que el del receptor. Existen muchos grupos sanguíneos conocidos, pero el más importante de todos es el perteneciente a los sistemas antigénicos ABO y Rh; sin embargo, existen otros sistemas que hay que tener en cuenta en la asignación de la sangre en las transfusiones.

Para ello, antes de transfundir se realizan siempre en el laboratorio lo que se denominan pruebas cruzadas. Éstas consisten en enfrentar una pequeña muestra de la sangre del receptor con distintas muestras de sangre de bolsas de concentrados del mismo grupo sanguíneo ABO y del mismo Rh, y elegir sólo aquéllas en que no se observa un rechazo de la mezcla. De esta manera sólo se transfunden aquellos productos que no reaccionan con la sangre del receptor, garantizándose así una transfusión segura y del adecuado rendimiento terapéutico.

Todas estas medidas de seguridad consiguen reducir a porcentajes bajísimos la posibilidad de efectos indeseables derivados de la terapia transfusional. Sin embargo, no es posible aún eliminar dichos riesgos de modo absoluto. Por ello el criterio general es prescribir la transfusión solo cuando sea estrictamente necesaria.

Algunos de los riesgos, de rarísima frecuencia, son la transmisión de enfermedades infecciosas, por diferentes causas, como son: mala conservación de los productos; transmisión de un donante en que no se haya manifestado clínicamente la infección (y tampoco se haya detectado con el estudio previo por haber contraído muy recientemente su enfermedad); reacciones por incompatibilidad de grupo; reacciones alérgicas; fiebre postransfusional (por la transmisión de pirógenos, que son sustancias que favorecen la aparición de fiebre, o de células que producen estas sustancias); efectos complejos de tipo inmunológico, o efectos derivados de la politransfusión.

¿Por qué se sigue necesitando la terapia transfusional?

Para determinadas enfermedades existen hoy día tratamientos alternativos a la transfusión. En muchos pacientes, para los que hace unos años no existía otra opción, es posible actualmente el tratamiento con eritropoyetina, una hormona producida de modo continuo por el riñón y cuyo principal efecto es la estimulación de la producción de glóbulos rojos. Desde hace unos años se ha conseguido sintetizar esta sustancia y ahora muchos enfermos con anemia se benefician del uso terapéutico de esta hormona. Desgraciadamente, aún no existe la posibilidad de uso farmacológico de una hormona análoga respecto a la producción de plaquetas, la denominada trombopoyetina, pero se espera que esto sea una realidad en un futuro no muy lejano.

La tecnología que permita fabricar preparados sintéticos de sangre o fluidos similares con capacidad de vincular oxígeno, aún permanece en investigación y previsiblemente tardará varios años en llegar.

Hasta entonces sigue siendo imprescindible mantener y estimular la solidaridad que supone el acto de donar nuestra sangre, pero de un modo regular, sin olvidar que durante todo el año en nuestros hospitales existe una necesidad continua de hemoderivados.

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