Articulo original de los Dres. Arash Javanbakht y Linda Saab, publicado en The Conversation. Traducción de NetDoctor.
El miedo es tan antiguo como la vida. Es una reacción fundamental, profundamente interconectada, desarrollada biológicamente para proteger a los seres vivos contra una amenaza a su integridad. Su manifestación puede ser tan simple como la vibración de la antena de un caracol, o tan compleja como la ansiedad existencial en un ser humano.

Las clásicas calabazas es lo que menos asusta en un día dedicado a estar asustado
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Ya sea que nos guste o que odiemos pasar miedo, es evidente que lo reverenciamos, dedicando un día –festivo– a la celebración del miedo.
Pensando en psicología e interconexiones cerebrales, algunos de los principales compuestos químicos que influyen en la respuesta "lucha o huye" también tienen que ver con otros estados emocionales positivos, como la felicidad y la emoción. Tiene por tanto sentido que la excitación que experimentamos cuando nos dan un susto también se produzca con estímulos más positivos. Pero, ¿qué hace la diferencia entre experimentar un vuelco al corazón y sentirse completamente aterrorizado?
Varios estudios, nuestros (somos psiquiatras, expertos en miedo y su neurobiología) y de otros especialistas, muestran que un factor importante en la forma en que experimentamos el miedo es contextual. Cuando el cerebro “pensante” corrige al cerebro “emocional” y concluimos que estamos seguros, podemos cambiar rápidamente ese estado de excitación, pasando de uno de miedo a uno de goce o de excitación.
Entrar en una casa embrujada durante Halloween, por ejemplo, pensando en que un ente maligno nos puede atacar, y pensar racionalmente que la amenaza no existe recalifica rápidamente el sentimiento. En cambio, si estamos una noche atravesando un callejón oscuro y notamos que alguien nos persigue, ambos “cerebros” están de acuerdo en que la amenaza es real y es el momento de poner pies en polvorosa.
Cómo el cerebro logra esto
La reacción de miedo se genera en el cerebro, que envía a todo el cuerpo la alarma, con lo que el cuerpo se prepara para una de dos, la defensa más adecuada, o bien la fuga. La respuesta “miedo” comienza en una región del cerebro llamada amígdala. Este conjunto de núcleos de neuronas, en forma de almendra y localizado en el lóbulo temporal del cerebro, está dedicado a calificar los estímulos: en qué medida nos afecta un factor externo.
Por ejemplo, la amígdala se activa cada vez que vemos una cara que muestra alguna emoción y esta activación es más fuerte cuando percibimos ira, o miedo. Una señal de “estímulo-amenaza”, como ver un depredador, desencadena en la amígdala una respuesta de miedo, que activa la preparación de las funciones motoras involucradas en la lucha o la huida. También desencadena la liberación de hormonas del estrés y del sistema nervioso simpático
Todo ello prepara el cuerpo para la máxima eficiencia ante un peligro: el cerebro se alerta al máximo, las pupilas y los bronquios se dilatan y la respiración se acelera. También suben la frecuencia cardíaca y la presión arterial. Aumenta el flujo sanguíneo y el suministro de glucosa a las células. Los órganos no vitales para la supervivencia, como el aparato digestivo, disminuyen su función.
Una parte del cerebro llamada hipocampo está conectada con la amígdala. El hipocampo y la corteza prefrontal ayudan al cerebro a interpretar la amenaza percibida. Están involucrados en un proceso de alto nivel, que indica a la persona si una amenaza percibida es real.

Un león suelto resulta aterrador
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Por ejemplo, ver un león en la naturaleza puede desencadenar una potente reacción de miedo, pero la respuesta a ver el mismo león en un zoológico es más de curiosidad y de pensar en la belleza del animal. Esto se debe a que el hipocampo y la corteza frontal procesan la información contextual y las vías inhibitorias amortiguan la respuesta al miedo de la amígdala y sus resultados posteriores. Básicamente, nuestro cerebro "pensante" reafirma nuestras áreas "emocionales" de que sí, estamos bien.
Cómo percibimos la diferencia
Como en otros animales, el miedo se aprende a través de experiencias personales, como el ser atacado por un perro o ver a otros en esa circunstancia.

Sufrir el ataque de un perro, o ver alguien atacado, genera miedo
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Sin embargo, una forma, única y fascinante, de aprender que tenemos los humanos es mediante la instrucción, oral o escrita. Si un cartel dice que el perro es peligroso, la proximidad al perro provocará una respuesta de miedo.
Aprendemos el concepto de seguridad de la misma manera: comprobar que un perro es doméstico viendo a otros jugar o simplemente estar con él, o leer una nota en que se asegure que el perro no es agresivo.
Por qué hay quien disfruta con el miedo…
El miedo crea distracción, lo que puede ser una experiencia positiva. En el momento en que sucede algo aterrador, nuestro estado es de alerta máxima y damos de lado otras cosas que podrían estar en nuestra mente (temas de trabajo, una presentación o un examen al día siguiente), lo que nos traslada al aquí y ahora.

El autor con su Gran Pirineo, Jasper
©Arash, CC BY
Además, cuando compartimos estas experiencias con personas cercanas, a menudo vemos cómo los estados de ánimo de contagian positivamente. Somos criaturas sociales, capaces de aprender unos de otros. Cuando miras a tu acompañante en la casa embrujada y ves que rápidamente deja de gritar y se echa a reír, percibes inmediatamente su estado emocional, lo que influye positivamente en el tuyo.
Si bien estos factores (contexto, distracción, aprendizaje social) tienen el potencial de influir en la forma en que experimentamos el miedo, un tema común que los conecta es nuestro control. Cuando reconocemos qué es y qué no es una amenaza real, relativizamos la experiencia y disfrutamos de la emoción de ese momento; o sea, estamos en un lugar donde todo está bajo control. Esa percepción de control es vital en la forma en que experimentamos y respondemos al miedo. Cuando superamos la urgencia inicial de "luchar o huir", a menudo nos sentimos satisfechos, en nuestra seguridad y seguros de nuestra capacidad para enfrentar las cosas que inicialmente nos asustaban.
Hay que tener en cuenta que cada uno es cada uno y no hay una pauta generalizada de lo que es, o no, capaz de provocar miedo, lo que nos lleva al siguiente punto: ¿Por qué algunos disfrutan con un buen susto y otros odian esa misma situación?
…Y por qué hay quien no
Cualquier desequilibrio entre la excitación causada por el miedo en el cerebro del animal y la sensación de control en el cerebro humano puede causar demasiada excitación, o no la suficiente. Si percibimos la experiencia como "demasiado real", la sensación de control de la situación puede verse superada por una respuesta de miedo extremo.
Esto puede suceder incluso a quienes disfrutan con experiencias aterradoras: pueden pasarlo bien con el villano Freddy Krueger (de la saga cinematográfica “Pesadilla en Elm Street”), pero pueden quedarse realmente aterrorizados con "El Exorcista", pues pueden percibirlo como demasiado real, y la corteza cerebral verse incapaz de modular la respuesta de miedo.
Por otra parte, si la experiencia no estimula lo suficiente el cerebro emocional, o si resulta demasiado irreal para el cerebro pensante, la experiencia puede acabar por aburrir. Un biólogo, incapaz de ajustar su cerebro cognitivo para analizar los sucesos (imposibles en la realidad) de una película de zombis puede no ser capaz de disfrutar "Los muertos vivientes", como puede hacer otra persona.
En resumen, si el cerebro emocional está demasiado aterrorizado y el cerebro cognitivo está indefenso, o bien si el cerebro emocional está aburrido y el cerebro cognitivo es demasiado sofocante, las películas, como cualquier otra experiencia de miedo pueden no ser tan divertidas.
Qué sucede con el miedo
Dejando aparte la diversión, los niveles anormales de miedo y ansiedad pueden generar angustia y disfunción significativos y limitar la alegría de vivir. Casi una de cada cuatro personas experimenta algún trastorno de ansiedad durante su vida, y casi el 8 por ciento experimenta trastorno por estrés postraumático (TEPT) en alguna ocasión.
Entre los trastornos de ansiedad y miedo están las fobias, la fobia social, el trastorno de ansiedad generalizada, la ansiedad por la separación, el trastorno de estrés postraumático y el trastorno obsesivo compulsivo. Estos trastornos se manifiestan habitualmente a una edad temprana y, sin el tratamiento adecuado, pueden volverse crónicos y debilitantes y afectar la vida de la persona.
La buena noticia es que disponemos de tratamientos efectivos - psicoterapia y medicamentos- que dan resultado en períodos de tiempo relativamente cortos.